Como no podía ser de otra forma estamos asistiendo a un verdadero esperpento de lo que debieran ser las campañas electorales. A la sucesión de incontables promesas (a cuál más exagerada) le está siguiendo el lamentable ejercicio de la discusión sobre la más que probable formación de un gobierno de coalición.
Hay una interpretación muy extendida según la cual Catalunya sólo ha contado con tres episodios coalicionales: el segundo gobierno de Jordi Pujol, entre 1984 y 1987, en el que ERC se incorporó al gobierno; el tripartito presidido por Pasqual Margall entre 2003 y 2006 (PSC-ERC-ICV) y finalmente el bipartito entre PSC y ICV tras el fulminante cese de los consejeros republicanos este mismo año.
Esta corriente de pensamiento señala que únicamente en estos casos se han activado las dinámicas coalicionales, puesto que los gobiernos de CiU no eran, en ningún caso, gobiernos de coalición. El argumento se fundamenta en la ausencia de competencia electoral entre los socios (CDC y UDC), haciendo suyos argumentos que hace tiempo ya se apuntaran en la literatura sobre coaliciones.
Pues bien, nada más alejado de la realidad. La ausencia de competencia electoral entre futuros socios de gobierno no es el mejor indicador para la identificación de un gobierno de coalición, sino que es la presencia de miembros de distintas formaciones políticas en los cargos gubernamentales. Así el fenómeno coalicional no se agota en la mera competencia electoral sino que llega a la formación del gobierno, su acción política y la finalización del mismo.
Ello implica que, tras las elecciones del próximo 1 de noviembre, ya se pueda afirmar que qualesquiera que sean los resultados seguiremos contando con un gobierno de coalición, manteniendo así la peculiar característica de ser la única Comunidad Autónoma española que siempre ha estado gobernada en coalición desde la recuperación del autogobierno en 1980.
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